Si se analiza el proyecto de ley Uber en Chile, habría que decir que hace hincapié para regular, principalmente, la calidad del servicio y la seguridad de los pasajeros, por tanto, exigirá a los conductores licencia profesional; que el conductor no tenga antecedentes penales; además de entregar una lista de los conductores vigentes al Ministerio de Transportes; indicándose también que los pasajeros no estarán expuestos a multas, siendo sólo los responsables las aplicaciones, entre otras regulaciones.

Ahora bien,  dejando de lado el espíritu de la “Ley UBER” y su impacto en términos de seguridad y calidad de servicio, también es bueno recordar el por qué se afectó el mercado tradicional de transporte de pasajeros en el país con la arremetida de estas aplicaciones globales. Si uno conversa con los usuarios de estas famosas aplicaciones, mucho de ellos los llamados “millennials”, recibe como respuesta que la plataforma exhibe el precio aproximado del servicio, por tanto no hay sorpresas al final del recorrido al cancelar la tarifa; otro aspecto que destacan sus usuarios es que muestra el recorrido y el tiempo casi exacto en qué llegará el conductor, el que es identificado con nombre y tipo de auto; se puede pagar con efectivo o tarjeta; se puede calificar la calidad de servicio y conductor; entre otros aspectos que refuerzan la retroalimentación entre usuario y empresa.

Por tanto, más que lamentarse y culpar a estas empresas globales por competencia “desleal”, habría que acoger y buscar una fórmula para aterrizar e implementar esos aspectos positivos valorados por los “uber-lovers”, en los servicios tradicionales de transportes de pasajeros. Por ello, la modernización de estos servicios también debe verse con urgencia por parte de las empresas y/o propietarios de taxis; alineándose con los nuevos tiempos y los clientes, que son finalmente los que eligen con quién viajar.